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— 102 — desde lo escondido de su templo. Acostum- brado el pueblo á obedecer sin límite algu- no, y el tirano á mandar á su antojo, no ha- bía para el primero servidumbre, ni para el segundo abuso de autoridad. La misma no- ción de tiranía se había perdido. El pueblo era esclavo y estaba conforme con su suerte, porque se hallaba persuadido d: que no era ley humana, sino decreto de los dioses, que cuarenta Ó sesenta millones de hombres na- ciesen con esposas en las manos y uno con corona real sobre sus sienes, Pero aparece la Iglesia en el mundo, tra- yendo la hermosa doctrina de Jesucristo, y pónese á contemplar con ojos maternales el espectáculo lastimoso que ofrece aquel pue- blo degradado, envilecido, sin conciencia de su dignidad y amarrado á las gradas de un trono, y atraviesa impávida por entre la mul- titud y sube las gradas de ese trono y diri-- giéndose al tirano le dice: «¡Eres un hombre!» y añade volviéndose al pueblo «¡Sois libres, porque sois hijos de Dios! ¡Vuestra patria es el cielo! «Cuando mandes al pueblo, dice al déspota, Dios habla por tu boca, si la ley es justa; sino lo es, eres como el último de tus vasallos!» Y dicho esto, rompe las cadenas con que el pueblo estaba sujeto al solio del rey y, convertido éste en padre y los súbdi- tos en hijos, los une á los dos con el lazo dulcísimo de la caridad. D.—¡Admirable transformación! M.—Después de la Redención del mundo,. es uno de los mayeres prodigios que Dios ha obrado en él. Y sus frutos han sido durade-

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