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FA ¡pla arpalicó ES Cn o TO no tiene lugar en estos. Diríase que el sobe= rano es un súbdito elevado por Dios sobre un trono para servir á diez, veinte ó treinta millones de hombres, que se mueven á sus pies, sí, pero con corona real en su cabeza. Es pues el soberano un verdadero servi- dor de la nación. La sirve conduciendo'a por medio de las leyes á la cumbre de la prospe- ridad material, y vigilando á las puertas del Santuario para que nadie impida á la Iglesia el que la lleve hasta Dios; y desde el momen- to en que el soberano quebranta ese orden de cosas establecido por la Providencia, y quiere dominar á su antojo, convirtiéndose en dios de sus vasallos, viene la tirania. El pueblo protesta entonces de que no se le sir- va dirigiéndole por los caminos de la justicia en nombre de Dios, y, para que ese grito de protesta resuene más fuerte en todos los pe- chos honrados, invoca su dignidad y su liber- tad Esta es la doctrina y este es el hecho; hecho repetido con más frecuencia en los tiempos modernos, porque el sentimiento de dienidad y de nobleza individual jamás ha- bia adquirido ni tales proporciones, ni tal in- tensidad como ahora. Pero dígame V. con imparcialidad ¿hay en ese sentimiento, ni en esa protesta algo opuesto á la doctrina de la Iglesia Católica? ¿No es precisamente ella la que ha hecho libres á las naciones, predicando la idea ja- más oida en el mundo pagano de que e' so- berano y el súbdito son iguales delante de Dios, y que nose distingue el primero del. lado sino en ser, cuando sus leyes son

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