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AS A o 20 miento cierto, si no de la esencia, por lo me- nos de la existencia de todas las verdades reveladas? Si pues sabemos que Dios ha ha- blado , cuáles son las palabras que han sa- lido de su boca, y nos consta por otra parte que Dios es infalible ¿para qué dar un paso más? ¿No estamos en posesión de la verdad? Pues hallada la verdad, la discusión es una locurs y, tratándose de verdades reveladas por Dios, una gran irreverencia. Cuando la ciencia ha llegado á su fin, el querer moverse no es progresar, sino retroceder. El físico, el químico y el matemático á costa de grandes esfuerzos han realizado preciosas conquistas en su ciencia respertiva. ¿Pretendería V. que renunciasen á ellas? ¿Exigiría V. del matemá- tico que renunciase á la tabla de logaritmos, á los diversos sistemas de resolver una ecua- ción ó al principio de que en la multiplica- ción la inversión de los factores no altera el producto? ¿Pediría V. al físico se moviese y progresase en el enunciado de que la re- sultante de dos fuerzas igiales obrando en sentido contrario es cero? ¿Se enfadaría V. con el químico por verle pertinaz en no querer poner á discusión las leyes cien veces demostradas de la cohesión ó de la afinidad? y les llamaría V. por ello, intolerantes y ene- migos del progreso? Pues he ahí lo que se pretende de la Iglesia católica. Es, pues, la Iglesia enemiga del progreso, sí, pero de aquellas cosas que no pueden progresar porque han llegado á su fin, ó me- jor dicho, no se han movido de él. La doc- trina católica es inmutable como el Verbo de

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