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> E y completa inmovilidad; que dice hoy lo que decía hace diez y nueve siglos y dirá dentro de dos mil años, si existe el mundo entonces. Pero debe V. advertir que, conte- niendo la doctrina católica los derechos de la humanidad á gozar algún día de Dios, la misma humanidad debe estar interesada en que ese sagrado depósito lo conserve la Igle- sia en lo más escondido de su Tabernáculo al abrigo de toda revolución intelectual. El género humano debe estar escarmentado de tomar en sus manos la palabra divina. La historia de los veinte primeros siglos debe ser para él una severa lección. Debería recordar que recibida inmediatamente de Dios la re- velación primitiva, á los pocos siglos la estro- peó, reduciendo todo aquel precioso número de verdades á la categoria de meras opinio- nes. ¿Qué sería hoy de la verdad católica si Dios no hubiera puesto en medio del mundo esa autoridad doctrinal que la conservase en estado inmaculado é inmutable, tal como sa- lió de las manos de Dios? Probablemente el Cristianismo estaría hoy reducido á un gran número de sectas, pero la palabra de Dios habría desaparecido de la tierra. Por otra parte, la pretensión de que la Igle- sia entre con todos sus dogmas en ese to- rrente del progreso es completamente irracio- nal. Las opiniones son las que pueden mo- verse hacia la ciencia, pero la ciencia, si es ciencia verdadera, es inmutable como Dios. Ahora bien. ¿No está evidentemente demos- trado el hecho de la revelación? En virtud de esa demostración ¿no poseemos un conoci- RS

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