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Mo no es enemiga de ninguna verdad, ella que representa en la tierra á la Verdad misma. Es más Indirectamente nadie ha contribui- do tanto como ella al avance de las ciencias naturales. Observe V. sinó, cómo antes de aparecer la Iglesia en el mundo, el género humano, dudoso acerca de verdades fundamentales que le era necesario á toda costa el conocer, dedicaba todas sus fuerzas intelectuales á averiguar su origen y su fin, la naturaleza de Dios y la naturaleza del hombre, sin cuidar- se gran cosa de buscar las leyes del calor, de la luz Ó del movimiento. Pero cuando la Iglesia vino, y puso al mundo en posesión pacifica de ese tesoro inapreciable, el género humano, después de consagrar unos cuantos siglos á desenvolver y admirar el magnífico cuadro de verdades que la Iglesia le presen- " taba, dirigió sus esfuerzos á encontrar las le- yes de la creación, seguro ya de saber el ca- mino que conducía á su Criador. Podía ha- cerlo tranquilamente y trabajar con reposo, porque el suelo sobre que descansaba no temblaba ya como en el mundo antiguo. D.—Confieso á V. que no había reparado jamás en ese punto de vista. M.—Pues nada más exacto. Suprima us- ted la Iglesia con la imaginación y el siglo veinte probablemente no tendría hoy aero- planos, ni dirigibles, telegrafía sin hilos, ni rayos X. El suelo de Europa estaria cuajado, no de fábricas de electricidad ó de vapor, si- no de escuelas ú cátedras de Teología, dom- de se discutirían, con ansiedad envuelta en
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