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Olas buen apretón de manos, me hizo una gran reverencia y salí del cuarto. A pobre vieja, más muerta que viva, estaba espe- rándome detrás de la puerta. —¡Ay, Señor!—me dijo— no vuelva usted por aquí, pues de lo contrario estoy perdida.—No tenga miedo, señora; tan sólo le pido que rece por él y ya verá como todo se arregla. Yo mismo sin embargo ignoraba cómo terminaría aquel negocio; pero me iba con el corazón lleno de esperanza porque sentia en mi interior algo que me decía «esta alma será tuya». »En efecto, bien pronto la Providencia me deparó una ocasión favorable. Dos días después, marchaba yo por la misma calle, cuando he aquí que se desencadena de repente tan violenta tempestad, que me vi obligado a detenerme, precisamente frente a la casa del Mar- qués. Comprendí que aquello era un aviso del cielo y penetré en ella, La buena anciana me dejó pasar sin dificultad y me dirigí a la habitación del Marqués. Allí le encontré durmiendo. —¿Le despertaré? dije para mí... Si le despierto va a recibir una impresión des- agradable; y si no le despierto ¡qué ocasión pierdo tan hermosa! Recé con fervor el Ave María, y al instante mi buena Madre me inspiró una idea feliz. —«¡Señor Marqués! «¡señor Marqués! —exclamé despertándole suavemente;—oiga, oiga qué tempestad tan horrible, El trueno retumbaba en aquel momento con fragor y estrépito conmoviendo las paredes y cristales de la alcoba, mientras un gran relámpago iluminó con su luz siniestra la habitación.—Mire, he venido a socorrerle, tenía las ventanas sin cerrar.—¡Dios mío! ¡Dios mío! ¡qué buen servicio me ha hecho usted—exclamó AAA a AR Tp y w E HE LE

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