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=D arrastrado hacia aquel infeliz y penetré en su cuarto, ¡Qué espectáculo! Un anciano de luenga y plateada barba, consumido como un esqueleto, yacía tendido en una cama, sobre la cual se veían varios platos, de los cuales tomaba con los dedos el alimento. A su lado y sobre una mesita, veíanse una multitud de vasos y botellas. » Apenas puso en mí los ojos, empezó a gritar levantando sus brazos descarnados.—¡Qué es esto, Dios mío! ¡Auxilio! ¡auxilio! —Era como el rugido de un león sorprendido en su guarida. ¡Calma! ¡calma! amigo mío—le dije con dulzura. —Míreme bien. ¿No me conoce? Soy su amigo. Pero... ¿qué yeo aquí? ¿qué es lo que le dan de comer? ¡Ah! tenga mucho cuidado, No es eso lo que conviene a su salud. ¡Qué mal le cuidan a usted! Ya era tiempo de que viniera yo por aquí. Déme ese brazo y veamos cómo va el pulso. Me alargó el brazo sin pronunciar palabra y proseguí. Ya me parecía que tendría usted fiebre; es necesario que cambiemos de régimen. Si Dios no llega a enviarme, se muere usted en cuatro días. »Con esto entró en calma el pobre anciano y diri: gió hacia mí sus ojos, llenos de agradecimiento. ¡Ah!— exclamó después de algunos momentos;—ya decía yo que no me convenía este régimen. Esa mujer me va a matar.—No tema usted nada, amigo mío, y le aconsejé un régimen fortificante.—Mañana o pasado mañana volveré por aquí a ver el efecto que produce. Hable- mos ahora un poquito.—No, no—volvió a gritar con voz terrible, —ya basta.—Pues bien, como usted quiera —le replique.—Despidámonos al menos como buenos amigos y otro día volveremos a vernos. Nos dimos un

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