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ES ello, pues apenas salió la vieja y se encontró de bruces con un Capuchino le empezaron a centellear los ojos. —Retírese usted de aquí inmediatamente —exclamó rugiendo.—¿Qué tiene usted que hacer aqui?— Pero cálmese usted, señora, —le repliqué.—Tengo mucho que hacer. Vengo desde Marsella, que está bastante lejos, y necesito dar al señor Marqués una noticia de gran importancia.—El señor Marqués se halla ocu- pado; está comiendo.—No importa; esperaré que ter- ¿Hace mucho que empezó?—A las doce.— mine. Entonces no es posible: son ya más de las tres y media.—Pues mire usted, todavía tardará una hora.— Considere usted señora que para uno que viene de Marsella y tiene que hacerle una comunicación impor- tante, es demasiado esperar. Tenga la bondad, al menos, de decirle lo que pasa, anúnciele un amigo que viene de muy lejos a visitarle. »Esta escena tenía lugar en la antecámara. En vista de mis instancias la vieja abre una puerta y se pone a gritar: —¡Señorito! aquí hay un señor de Marsella. —Allí en el fondo de la habitación se oyó entonces una voz cascada, que salía al parecer de un sepulcro.—Ni una palabra, ni una palabra. Ciérrele en seguida la puerta. —Era la voz del Marqués, que gritaba con toda la fuerza de sus ya gastados pulmo- nes.—Pero, Señorito, es un amigo de Marsella.—Ni una palabra: yo no tengo amigos en Marsella. ¡A la puerta! ¡a la puerta con él! ¡ciérrele la puerta inme- diatamente! »Levanté los ojos al cielo y exclamé: ¡Socorro, Virgen Santa! ¡ayudadme! Viendo que el tiempo pasaba y que la puerta seguía entreabierta, me sentí ERE SE +. SAN A A a
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