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— 88 María-Antonio para formar inmediatamente su plan de campaña. «Le busqué por todas partes—nos dice él mismo,— hasta que por fin pude encontrar su vivienda. Habi taba un espacioso y antiguo edificio del boulevard, próximo a San Saturnino. Llamo en la primera puerta que encuentro y se presenta una criada.—¿Vive por ventura aquí el señor Marqués de Le-Cheval?—Si— me respondió secamente;—pero puede usted retirarse porque el señor Marqués no recibe a nadie. Solamente el médico y el administrador le visitan de vez en cuan- do.—Y el señor Párroco, ¿no suele venir?—¿Qué está usted diciendo? No, no. Si supiera tan sólo que usted me hablaba del Párroco, gritaría como un energúme- no. No quiere oir ni mentarlo; tanto es así que sus propios hermanos vinieron un día a instarle a que hiciera la primera Comunión y les despidió de su casa, sin que haya querido volver a verlos en su presencia. —¿Cómo? ¿ese señor no ha hecho todavía la primera Comunión? — No.—¿Qué edad tiene pues?—Más de 60 6 70 años.—Pues no es lo mismo; pero aunque no tuviera más que 60, me parece que es ya bastante edad para hacer la primera Comunión.—Vamos a ver, señora: no vengo a pedir dinero, vengo a salvar su alma. Lléveme usted a su cuarto y yo me encargaré de lo demás. —Vaya usted solo si quiere, yo no me cuido de él. Arriba, en el primer piso, encontrará usted otra criada de más edad que yo. Ella es la que le sirve. Ahí tiene usted la escalera y arréglese con ella. »Subí encomendándome a la Santísima Virgen y a todos los Santos del cielo, y buena necesidad tuve de
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