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87 mienzo las obras del nuevo Convento, y tres años más tarde, gracias a la maternal ayuda de la Virgen y a su protección casi omnipotente, se terminó la funda- ción de los Capuchinos en Tolosa. La situación del nuevo solar era por demás poé- tica. Hallábase sobre una de las vertientes del mon- tecillo, formando especie de terraza natural, a cuyos pies veíase extenderse la ciudad con sus verdes paseos, sembrada por doquier de torres, cúpulas y campanarios que lanzaban al espacio sus cuellos de granito, como para mejor aspirar las oxigena das auras de los campos vecinos. Algo más lejos y sobre el azulado fondo de la cadena pirenaica que ostenta sus enormes picachos plateados por la nieve, destácase, en perfecta nitidez, un cuadro más gran- dioso todavía, formado por la exuberante planicie sal- picada de mil graciosas colinas. Imposible encontrar en los alrededores de Tolosa paisaje más encantador. El P. María-Antonio, a imitación de San Fran cisco, buscaba de limosna la piedra necesaria para la construcción, mendigando sin reposo en la ciudad, no sólo entre la gente piadosa, sí que también, como vamos a tener ocasión de ver, entre los que conocía ser menos adictos a las cosas de la Religión, hacia los cuales se sentía arrastrado con mayor violencia, por ser para él mucho más preciosa la conquista de un alma que la más abundante limosna. Notó cierto día entre la lista de personas pudien- tes que había recogido, el nombre de una que le llamó grandemente la atención. Era el marqués de Le-Cheval, misántropo inaccesible y tan mal cristiano que jamás había pisado la iglesia. Esto bastó al Padre a SS fi 4
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