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«Allí tuvimos nuestro Rivo-Torto — exclamaba entusiasmado el P. María-Antonio, ante el recuerdo de las privaciones que hubieron de padecer;—aquélla era la edad de oro de la vida seráfica, pues vivíamos en la observancia más completa de nuestra regla.» Y en verdad, tan completa era, que la primera noche, cuando se levantó el Padre para rezar el oficio divino, Fr. Tomás con toda su sencillez marchó a tocara Maitines, aprovechándose de la única campanilla que había en la casa, y era la que servía para llamar desde la calle. Al verse los inquilinos desvelados a media noche de un modo tan intempestivo,sospecharon lo que pasaba y tomaron sus precauciones para dormir tran- quilos al día siguiente. Así es que al ir Fr. Tomás a tocar de nuevo la campanilla, se encontró con que le habían cortado la cuerda. Mas no es esto sólo. Queriendo el P. María-Anto- nio inaugurar desde el primer día, junto con la auste- ridad capuchina, el ejercicio de la caridad, mandó a su compañero preparase la sopa para los pobres, Apurado se hubiera visto el buen Fr. Tomás para calentarla, si el P. Pichon, Rector de los Jesuitas, no hubiera tenido la delicadeza de proveer a nuestros dos solitarios de los enseres necesarios. Porque viendo este santo Religioso que los pobres capuchinos iban a carecer de todo, quiso con maternal solicitud procu: rarles los muebles y objetos más indispensables para la vida. El tiempo pasaba y era necesario pensar en el alo: jamiento de los nuevos compañeros, que les enviaba el P. Provincial, y entonces fué cuando se dieron cuen- ta de que el terreno escogido no era el más a propó:
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