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q y IE dores ambulantes que conocían en Marsella, como en efecto lo hicieron. Durante más de un mes asistieron todos los días a las puertas del Convento, dando por resultado nuestras cotidianas visitas el que unos 50 de ellos, entre hombres, mujeres y niños, se reconcilia- ran con Dios haciendo la primera Comunión.» El novel misionero era ya célebre y en todas partes le llamaban a predicar, con tal instancia, que uno de sus compañeros se atrevió a decirle un día: «Si subes tan alto cuidado con el vértigo.» Pero él, que todo lo enderezaba al Señor y que no veía en sus vic- torias más que el triunfo del Evangelio, a la propaga- ción del cual se había consagrado por completo, dió una respuesta digna del gran desprecio que le inspi- raba el mundo y sus vanidades,—«Y qué, —respondió —¿tanta diferencia hay en estar algunos metros enci- ma o debajo de la tierra?» Dotado como estaba de un gran sentido práctico y hecho a las humillaciones, parecía invulnerable a los ataques de la vanidad.
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