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2 vinieron en acción de gracias a recibir de mis manos la Sagrada Comunión, mientras celebraba el Santo Sacrificio de la misa.» Tan aficionado quedó el nuevo convertido a su libertador, que le acompañó hasta Marsella, yendo a pie todo el camino y comiendo con el misionero el pan que les daban de limosna por las casas. Durante el viaje les sucedieron algunos accidentes pintorescos que el joven predicador solía contar con mucha gracia. «El primer día tropezamos en el camino con una caravana de saltimbanquis, que pasaban de un pueblo a otro. Al verlos sudorosos y llenos de cansancio me cargué yo con el bombo y mi compañero con el tam- bor. ¿No es, por ventura, necesario hacerse todo para todos a fin de ganarlos a todos para Jesucristo? Los pobres, llenos de agradecimiento, derramaban abun- dantes lágrimas y no sabían cómo darnos las gracias. No os pido otra cosa que vuestras oraciones,—les dije al despedirnos,—pero como no sabían rezar, empe- Zzaron a santiguarse con gran prisa una infinidad de veces, »El día siguiente volvimos a encontrarnos con una tropa de vendedores ambulantes. Un burro viejo y flaco, atado a un carro, tan viejo como él, arrastraba a duras penas las mercancías. No pudiendo más el pobre animal, cayó a tierra desalentado. Corrimos a ayudarle, lo levantamos, y tirando mi compañero por delante y empujando yo por detrás, conseguimos no sólo llegar al pueblo, sí que también ganar corazones para Jesucristo. Profundamente conmovidos prome- tieron ir a visitarme al convento con todos los vende-
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