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o una Octava solemne en la Iglesia del Carmen. Es un barrio muy populoso, en el que la gracia obró mara- villas, trayendo al confesonario gran número de mujeres abandonadas. »Después llegó la octava de los Difuntos que pre- diqué en San Luis de Toulose, al mismo tiempo que daba los Ejercicios a los Terciarios de la ciudad. Grandes conversiones, sobre todo entre la gente alta, consolaron mi Apostolado. Me contento con recordar- les la que más impresión me produjo. »Uno de los banqueros más ricos de la ciudad, después de haber dilapidado su fortuna en el juego y en los placeres, había caído en la desesperación. Es- cribió a su familia una carta de despedida, y dejándola sobre la mesa de su despacho, salió con el fin de suicidarse, precipitándose al mar. Dios quiso que pasara por la Iglesia de San Luis, y viendo a la mul- titud que entraba en el templo, entró él también, arrastrado por la curiosidad. En aquel momento me encontraba yo dirigiendo la palabra desde el púlpito, No recuerdo lo que Dios puso en mis labios, pero el hecho es que el buen señor se conmovió de tal modo, que fué a esperarme a las escaleras del púlpito, y allí, deshecho en lágrimas, se arrojó a mis pies, contán- dome sus desventuras, al mismo tiempo que confe- saba sus pecados. Le cogí del brazo e infundiendo confianza en aquel corazón abatido, le llevé a su casa. Júzguese la alegría que sentirían al verle de nuevo, cuando le creían ya en el fondo del mar. Un hermano suyo se encargó de poner en orden los negocios, quedando de este modo arreglada la situación; al siguiente día, los dos hermanos, la mujer y los hijos,

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