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E Ó que son como besos de su amor ardiente, y el alma, no pudiendo sufrir tanta alegría, expira y muere can- tando, porque siente levantarse de entre sus ruinas una nueva vida que absorbe y vence a la muerte, rom- piendo sus cadenas Non moriar sed vivam. »He tenido días bien grandes en mi vida, pero en ellos no hacía sino recibir de Dios, y considerando mi debilidad, temblaba bajo el peso de tanto beneficio; mas hoy el Señor me ha dicho que acepta mi ofrenda, que si no iguala a lo que El me ha dado es al menos cuanto su corazón desea recibir, cuanto una criatura puede dar a su Criador.» Aquel día, en efecto, se entregaba completamente a Dios para nunca volver a tomar lo que una vez había ofrecido al pie del altar, poniendo en práctica el consejo que en cierta ocasión le dió el Superior del Seminario. «León, no hagas las cosas a medias, o ser buen religioso, o no serlo en manera alguna.» Mas no se crea que el ser un perfecto religioso le impidió amar a su familia: no. El P. María-Antonio continuó siendo el tierno y cariñoso hermano de su querido soldado de Sebastopol, de quien recibía sin cesar noticias. Había tenido la desgracia de ser herido durante el sitio de la ciudad y fué necesario trasla- darle al hospital de Constantinopla, donde la gan- grena no tardó en manifestarse en sus heridas. Por fin el 31 de julio, asistido por las Hermanas de la Caridad, entregó su alma a Dios entre sufrimientos y demos- traciones de un corazón profundamente cristiano. La Superiora del Hospital, que cuidó de tener a la familia al corriente de cuanto iba sucediendo, escribió al joven Religioso: «El pensamiento de la muerte
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