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TS dantemente que se convirtieron varios pecadores endurecidos. »En vista de lo ocurrido, el P. Guardián me obligó a predicar todos los domingos, dejándome en completa libertad respecto a escribir y aprender de memoria los sermones. »Creo que el Señor me quiso mostrar con este accidente el camino que debía seguir en mi vida de Apóstol. Para reñir sus combates, no debía hacerme esclavo de la frase ni de las palabras; debía valerme sencillamente de la palabra de Dios, que siendo ver- dad y vida, no necesita mendigar los artificios de la humana elocuencia.» El joven predicador formó desde entonces un pro- pósito tan inquebrantable, que lo guardó hasta el último momento de su vida. He aquí cuál fué. «Después de hacer mi plan bien ordenado desde el punto de vista dogmático, moral y ascético, acompa- ñado siempre de comparaciones y parábolas evangé- licas, meditaré y profundizaré las materias antes de predicar, figurándome que estoy delante del auditorio. No predicaré jamás un sermón palabra por palabra, después de haberlo preparado y escrito con frases elegantes. Esto no está conforme, ni con mi corazón, ni con mi inteligencia, ni con la pobreza de mi voca- ción, ni con mi entusiasmo evangélico, el cual supone siempre una preparación próxima hecha al pie de la cruz, Mi predicación ha de ser, pues, variada y aco- modada al auditorio. No quiero ser esclavo de una letra fría, estéril ordinariamente sino es para fomen- tar la vanidad.» Este modo de predicar tendrá, sin duda alguna,

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