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0 pides y te voy a descubrir el secreto. Si procuras seguir paso a paso cuanto dice y hace el sacerdote durante el Santo sacrificio de la misa, podrás ver a Jesús, lo tendrás siempre ante tus ojos y conservarás el consuelo de su presencia.» El señor Piechaud, que por el grande amor que le profesaba temía no se avinieran el reposo y calma del Noviciado con el fogoso temperamento de un joven tan activo, pudo calmar bien pronto sus inquietudes, al ver la facilidad con que el nuevo capuchino se había adaptado al reglamento inexorable de la vida reli- giosa. «Confieso—le escribía en cierta ocasión, —que vería con pena encerrases tu juventud, tu salud y los talentos que Dios te ha dado, en el fondo y aparta: miento de un claustro, sin utilidad alguna para la Iglesia. Pero, nó; estoy íntimamente persuadido que si ahora te encuentras abismado en el retiro de tu celda, no es sino para lanzarte un día, lleno de celo y de vigor, a la conquista de las almas. Creo estarás preparando y templando las armas para los nuevos combates que te esperan. ¡Qué atleta más vigoroso has de ser cuando la oración, el estudio, los ayunos y el desasimiento de todo lo terreno te hayan purificado por completo! En efecto, aquellas semanas, aquellos meses de re- clusión no fueron perdidos para las almas. En sus meditaciones, en los largos oficios del coro, en los tra- bajos manuales a que le sujetaban, para probar la fir- meza de su voluntad, siempre y en todas partes el pensamiento del joven novicio estaba fijo en la salva: ción de las pobres almas de los pecadores. «Escuchad—les decía muchos años después a unos ASI

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