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AN)e aa la noticia: —Pero señor Clergue, ¿usted Capuchino? Y ¿cómo se las va a arreglar para predicar?—Pues sencillamente—le respondió.—Me pondré en la presen- cia de Dios y le diré: «Señor, aquí está vuestro fusil; si queréis que dispare, cargadlo.» Y en efecto, tan bien lo cargó el Señor, que a sus formidables descargas ca- yeron durante sesenta años innumerable multitud de pecadores, herejes e impíos, mientras las Iglesias de Francia confesaban no haber conocido jamás en sus púlpitos predicador más fecundo ni más infa- tigable.
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