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ds fué la que le ofrecieron las lágrimas de sus padres, a quienes tan tiernamente amaba. «Les escribí, pues, para manifestarles la voluntad expresa de Dios. Mi madre, mujer fuerte y enérgica, recibió con entereza el golpe, pero mi pobre padre, mi bueno y santo padre, no fué tan fuerte. La ternura y el amor que me tenía eran inexplicables; su alma estaba como confundida y hecha una misma cosa con la mía, pudiéndose decir con toda verdad lo que San Agustín dice de los dos Tobías: «Erat patris et filii aníma una». Hijo y padre no tenían sino una misma alma, un mismo corazón. Quedó pues todo deshecho a tan rudo golpe, y aunque sostenido por mi madre y hermana y sobre todo por su fe viva, la agonía que sufrió fué inconsolable, llegando su dolor hasta lo imponderable, cuando, ocho meses más tarde, la noti- cia de la muerte de mi hermano, herido en el sitio de Sebastopol, vino como una espada a atravesar su tierno corazón de padre.» También este hermano, a quien como ya dijimos amaba tanto, hizo sufrir a nuestro héroe con sus cartas. «Me han escrito, le decía en una de ellas, que quieres hacerte Capuchino. Al leerlo mis brazos han perdido sus fuerzas y he exclamado: Mi hermano no tiene corazón.» En abril de 1855 vuelve a escribirle de nuevo, haciéndole algunos reproches y suplicándole no ponga en ejecución sus planes. «Si mi franqueza te hace sufrir—le dice,—lo siento mucho; pero he querido cumplir con una obligación al hacerte estas observaciones. Mi salud se debilita de día en día. El servicio es muy pesado y no tengo absolutamente nada en que distraerme. Mañana voy a las trincheras
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