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po >: Pa sus brazos al Hijo ensangrentado, parecía querer asociarme a sus dolores. No obstante, estaba resuelto a acabar pronto, y queriendo obtener definitivamente la solución de mis dudas, me encomendé con más fervor que nunca a mi buena Madre; y he aquí que en lugar de sentirme atraído a Garaison, donde ya era conocido y donde los peregrinos de San Gaudencio podrían hablar de mí, siendo de este modo causa de que se retardase la decisión, me impulsó la Virgen a que fuera a Tolosa para consultar a un Padre Jesuita experimentado, sometiéndome en todo a lo que él dispusiera. »Marché pues a Tolosa, y apenas hube llegado a la Casa de Profesos, rogué avisaran a un padre anciano. Al poco rato bajó el P. Delage, ex-provin- cial. Le abrí ingenuamente todo mi corazón, y al mo- mento, sin detenerse, sin dudar un solo instante, me dijo: «Dios le quiere a usted Capuchino.»—«Repíta- melo tres veces»—le repliqué—y el repitió tres veces las mismas palabras. «El Señor había hablado. » Fácilmente se deja comprender que ante una voca- ción tan extraordinaria, los obstáculos habían de sur- gir formidables. El demonio, como si previese la guerra que durante más de 50 años le iba a hacer aquel joven sacerdote, luchando contra él sin descanso, puso en juego cuantos medios estaban a su alcance para hacer abortar tan generoso proyecto. ¡Qué vic- toria tan grande la del infierno si hubiera conseguido detener las expansiones de aquel corazón extraordina- rio, reteniéndolo en el mundo! Una de las luchas más dolorosas que con este motivo tuvo que sostener contra su propio corazón,

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