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SS reclutar peregrinos y conducirlos a orar con él ante la Santa Imagen. Pero la predilección que sentía hacia el lugar subió de punto, cuando en dicha Capilla y de un modo ver- daderamente extraordinario, le habló el Señor al corazón como le había hablado en otra ocasión a Moisés, desde la zarza. Dejemos que nos cuente él mismo cómo sucedió este acontecimiento, que tan graves consecuencias iba a tener en la dirección de su vida y al que no duda en llamar «la gracia más -gran- de que recibí en el mundo». «Era un sábado del mes de María, y debo confesar ante todo que siempre ha sido en este mes bendito cuando he alcanzado del cielo las mayores gracias, Hacía muy de mañana mi peregrinación a Bout-du- Puy, rezando como de costumbre, por el camino, las Estaciones del Vía-Crucis, cuando he aquí que al llegar a la nona Estación oigo una voz clara y bien acentuada. que decía a mi alma; «tú has de ser Capuchino». El golpe que me dió el corazón fué terri- ble. Sentí un temblor por todo el cuerpo, y fué tan viva mi emoción, que al llegar a la capilla, me arrojé a los pies de María con los ojos clavados en su imagen y le dije: «Madre mía, si esta voz viene del cielo, dádmelo a entender, porque me tiene completa- mente turbado, y aunque el sacrificio sea inmenso, dis- puesto estoy a que se cumpla en mí la voluntad de Dios; pero si lo que he oído no es la voz del Señor, líbrame de la tentación. Sí, Madre mía, yo os lo pido, libradme.» »No obstante, aquellas palabras, como si las tuvie- ra clavadas en el alma, me perseguían cada vez con

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