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blo—escribe él mismo—propuse a mis compañeros, con la aprobación del señor Arcipreste, el ir todos por turno, durante 15 días, a socorrer las Parroquias más castigadas de los alrededores. Tocóme asistir a la de Soueich, pueblo literalmente diezmado por el cólera, Me puse pues bajo la protección de Maria, hice mis disposiciones testamentarias y partí.» «Podéis estar orgullosos de vuestros hijos, —decía a sus padres, al darles cuenta de este suceso.—Los dos se encuentran ante el enemigo, luchando día y noche en servicio de Dios y de la Patria.» En efecto, Celestino, su hermano mayor, de quien hablamos en el capítulo primero, se hallaba también ante la muerte, pues estando cumpliendo el servicio militar, había tenido que partir para Crimea, donde acababa de estallar la guerra. «Se sabe oficialmente, —escribía el joven soldado a su hermano León, —que va a partir el sexto regimien- to de línea. Estoy apesadumbrado, por no poder ir a despedirme de los padres, sobre todo del padre, para recibir su bendición, que tal vez sea la última. No podrás imaginarte lo que esto me entristece. Pero ¿qué vamos a hacer? Es necesario someterme a la vo- luntad de Dios. »Voy a Constantinopla lleno de entusiasmo y de buena voluntad y con la medallita que conservo desde mi primer combate en Lyon. Ella me salvó una vez la vida y espero me la conservará en lo sucesivo. Esto es todo lo que llevo, una medalla sobre el pecho y una gran fe en el corazón, y espero que volveré de Turquía con todos mis miembros y alguna cruz más.» Pero ¡ay! la cruz que el pobre joven iba a encontrar
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