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6 conmemorativo de su estancia en San Gaudencio, como el ex-voto de las gracias que en ella había reci- bido. Así es que su alma se entristeció grandemente, cuando, cincuenta años más tarde, un nuevo restau- rador deshizo en parte su obra, para dar al edificio apariencia más perfecta y arquitectónica. Monseñor Compans, Prelado de su Santidad, que era quien, con su generosidad, costeaba la restauración, conocía de- masiado bien los muchos recuerdos que el antiguo Coadjutor había dejado en aquellos lugares, y amaba al mismo tiempo demasiado al P. María-Antonio para no asociarle a la fiesta de la inauguración. Le invitó pues a que se encargara del sermón y presidiera las ceremonias litúrgicas, consiguiendo de este modo cicatrizar algún tanto la herida que, sin pretenderlo, había causado en el sensible corazón de su amigo. Un suceso, acaecido durante los últimos meses que permaneció en San Gaudencio, le dió ocasión de mos- trar las energías de su celo, tan heroico y sobrenatu- ral como pronto y activo. Acababa de aparecer el cólera, sembrando a su paso por todas partes la deso- lación y la muerte, y aunque San Gaudencio fué uno de los pocos pueblos que, gracias a la intervención de Ntra. Sra. de Bout-du-Puy, se vieron libres del terrible azote, el intrépido sacerdote no podía perma- necer inactivo, ante el peligro que corrían sus herma- nos. Pide permiso a sus superiores para sacrificarse en bien de los atacados, y no dudando que Dios le iba a conceder la gracia del martirio, que con tanto fervor le había pedido el día de su ordenación, vuela al soco- rro de las Parroquias vecinas. «Siendo yo entonces el primer Coadjutor del pue-
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