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S — oO Mr. de Floran, sin saber qué responder a tanta sencillez, cede su madera y se venga de él retenién- dole a comer en su compañía. Mas todavía no habían terminado sus sorpresas, porque estando comiendo, los obreros, a una indicación del huésped, abatieron uno de los árboles más hermosos, y se apresuraron a ponerlo sobre los carros. Sin saberlo, habían cortado el árbol que más apreciaba el propietario, por los muchos recuerdos de familia que encerraba; pero ¿quién era capaz de enfadarse con aquel «Loco de Dios» como llamaba Mr. de Floran al Coadjutor? Otra hazaña parecida le puso en posesión de un hermoso Vía-Crucis. Alcanzado de recursos, como de ordinario, fué a exponer su situación a un rico ban- quero, pidiéndole un préstamo de 200 pesetas para procurárselo, Colocado ya el Vía-Crucis en la capilla, va de nuevo a casa del banquero, invitándole a ir con él para contemplar el buen efecto que hacían los cuadros. «¡ Y pensar que es usted a quien lo debo y el que tendrá el mérito de todas las oraciones y actos de amor de Dios, que hagan delante de este Vía-Crucis!» —Tepetía sin cesar nuesto héroe al banquero mientras admiraban los cuadros. —«Vamos, que nunca hubiera encontrado usted dónde emplear mejor su dinero.» El banquero quedó desorientado sin saber qué replicar, ante aquella salida tan inesperada, y al volver a su casa comprendió que no le quedaba otro remedio gue romper el papel en el cual había estampado su firma el Coadjutor. Esta Capilla, en la que tanto había ejercitado su actividad y su celo, era para él como el monumento

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