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E uniforme, colgaré de mi pecho todas las condecora- ciones que poseo, y el día de Pascua me dará usted la Comunión delante de todo el pueblo. »A fin de borrar cuanto estaba de su parte los pasados errores, escribió a todos los amigos para anunciarles su conversión, manifestándoles al mismo tiempo la inmensa felicidad que experimentaba y la que ellos seguramente sentirían si imitaban su ejem- plo. Muchos respondieron a su llamamiento, viniendo a confesarse conmigo, y el día de Pascua tuve la dicha inefable de alimentarles a todos con el pan de los Angeles. »El Señor, que es tan bueno y que no desea la muerte del pecador sino que se convierta y viva, quiso a fin de recompensar el heroísmo del General, que se cumpliera la promesa que le hice el día en que salí de San Gaudencio, de abrirle yo mismo las puertas del cielo; pues algunos años más tarde entregaba su alma entre mis brazos.» Tales maravillas obraba el celo inextinguible de nuestro Apóstol, que el día de Pascua llegaron a mil cuatrocientas las comuniones de hombres solamente, número, que, siendo como era la ciudad pequeña, suponía la casi totalidad de ellos. De día en día iba creciendo el ascendiente del joven Coadjutor entre la masa del pueblo, y su ambición santa se hacía también cada vez mayor. Entonces fué cuando ideó la reconstrucción de la capilla de S. Gau- dencio, levantada desde tiempo inmemorial sobre el lugar mismo en que sufrió martirio el Santo pas- torcillo. «Era el día de Pentecostés, un año justo antes de

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