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— 37 El amor me tiene prisionero en el tabernáculo y no puedo ir a convertir a aquel pecador, a visitar aquel enfermo, a consolar a aquel pobre encarcelado. Vé tú de mi parte y haz lo que Yo haría con ellos.» El único terreno donde León Clergue no conoció jamás obstáculos ni contradicciones, fué el aposto- lado. En este terreno era tal su fuerza, que arrastraba en pos de sí no sólo a sus condiscípulos, sí que también a sus Profesores, convirtiendo el Colegio en un foco de propaganda religiosa, tan intensa, que el aliento y vitalidad que supo entonces infundirle, perseveró aún muchos años después de su salida. Su primera obra fué dedicada a los niños vagabun- dos y de un modo especial a los hijos de las montañas del Ariege, que tan abandonados y expuestos a toda clase de peligros se encuentran en medio de las grandes ciudades. No menos desheredados desde el punto de vista religioso son los que, para sacar su vida, necesitan dedicarse a lo que hoy ha dado en llamarse oficios bajos, como afiladores, limpiabotas, mozos de cordel y otros. A fin de ayudar y proteger también a éstos, León Clergue ideó crear una asociación formada por los Profesores y algunos de los discípulos más ade- lantados, asociación en cuyo título formado por dos grandes iniciales «A 4», que nadie acertaba a desci- frar, veían todos algo de misterioso y de impenetrable para los profanos. Sin embargo, un espíritu observador hubiera po- dido notar que en los paseos, que con tanta frecuencia daban por las orillas del Garona, los asociados, ocultos entre la sombra de copudos plátanos, sostenían anima-

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