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384 — llagas cancerosas, que a su invocación desaparecieron y se cicatrizaron. ¿Anunciaré siempre y en todas partes la gran en- fermedad que ha postrado a mi Patria», había escrito en una de sus notas. ¿No nos será permitido creer que en el cielo no se olvida de esta enferma, por la que tanto rogó e hizo rogar durante su vida? Cayó herido de muerte en lo más rudo del comba- te, a los pocos días de la separación de la Iglesia y del Estado, sin llegar a ver el triunfo de su querida Patria que con tanta frecuencia había anunciado y tan próxi- mo le parecía estar desde que Pío X subió al trono Pontificio, mostrando ante los enemigos de la Iglesia sus energías de Libertador. Él mismo había prome- tido abogar desde el cielo por una causa que tanto halagaba su corazón de católico y patriota. «Cuando muera—solía decir—he de importunar tanto a la San- tísima Virgen, que la paz volverá necesariamente a Francia.» Tenía por segura esta victoria, como la tenía el llorado Pontífice Pío X, y en esto su espíritu de fe se hallaba de acuerdo con el genio profético de José de Maistre. «No me cabe la menor duda—decía el ilustre filó- sofo,—que los franceses han de proporcionar al mundo el espectáculo de una tragedia dolorosa; pero tenga o no tenga lugar este espectáculo, he aquí lo que nece- sariamente ha de suceder. El espíritu religioso, que no se ha extinguido, ni mucho menos, en Francia, tendrá un empuje de formidable expansión, proporcional a la presión que actualmente sufre, siguiendo en esto las leyes que rigen a todo flúido elástico. Levantará las montañas y hará prodigios. El sacerdote francés
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