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— 383 — sepulcro, que quedó convertido, desde el mismo día, en centro de devoción popular. Apenas terminados los funerales, que, como se ha podido observar, tuvieron un carácter de canonización anticipada, una de esas canonizaciones populares de que los siglos primitivos de la Iglesia nos presentan varios ejemplos, cuando el nombre del P. María-Antonio, célebre ya en vida, traspasó las fronteras de Francia y se vió aclamado por la prensa de todos los países. Todos ansiaban poseer alguna reliquia del siervo de Dios, todos deseaban contemplar los austeros rasgos de la fisonomía del santo, y en pocos días se esparcie- ron por las cuatro partes del horizonte más de cua- renta mil retratos suyos, entre fotografías, tarjetas postales, bustos y estampas de todas dimensiones. A miles se distribuyeron los ejemplares de su vida, que fué para muchos una verdadera revelación. Se cono- cía al Apóstol con sus raras aventuras; se conocía al hombre; se creía conocer al Santo, y sin embargo, todos descubrieron en aquella existencia, conservada por un milagro continuo, un no sé qué de suprate- rreno y casi divino que nadie hasta entonces había sospechado. Con su lectura, la veneración se convirtió en entusiasmo, y no dudando de la gran influencia de este amigo de Dios en el cielo, se le rezaba y pedía favo- res. Los prodigios han vuelto a responder a la con- fianza del pueblo, prodigios de gracia como los que hizo Dios por su mediación durante el tiempo de sus predicaciones, conversiones extraordinarias, vocacio- nes religiosas, y, según parece, hasta curaciones físi cas entre las cuales se citan ya dos casos notables de ,

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