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381 Parroquia, el Colegio de la Cóte-Pavée, los alumnos de los talleres de Artes y Oficios, los Patronatos, Congregaciones, Confraternidades del Santísimo Sa- cramento, del Rosario, la Orden Tercera. Marchaba después el clero con el féretro, llevado, como hemos dicho, en hombros de los voluntarios cristianos, que iban rezando en voz alta, pausada y grave, por el santo Religioso que tantas veces les había bendecido. Venían después los representantes del Clero dioce- sano, de las Congregaciones Religiosas, los miembros de todas las obras sociales y todos los Comités cató- licos de Tolosa. Y de este modo desfilaba la triste comitiva, entre dos murallas de carne que se estru jaban y extendían desde el Convento a la Catedral y desde la Catedral al cementerio. ¿En cuánto se podrá calcular la multitud? Según los periódicos, no bajaban de 40 a 50 mil personas. Sin em- bargo, hay muchedumbres que escapan a todo cálculo. Allí se encontraba el pueblo entero de Tolosa, sin distinción de clases, edad o posición social, procla- mando en alta voz las virtudes del P. María-Antonio. Un espíritu observador hubiera visto en aquellas ma- nifestaciones, nacidas espontáneamente del corazón del pueblo, el alma de Tolosa trémula y conmovida, inclinándose respetuosa ante el alma del apóstol que tantas veces la hizo vibrar al empuje irresistible de su voz: el alma de un santo. Al llegar a la Catedral, fué recibido el cuerpo por el señor Arzobispo, que, aunque enfermo desde hacía algunos días, quiso cantar por sí mismo el último responso. En el cementerio, el señor Delpech, Arcipreste y
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