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— 380 — y caminos que conducen. al Convento estaban com- pletamente invadidos, no viéndose por todas partes sino una muralla inmensa de carne humana. A las dos de la tarde, se dirigió el clero de San Esteban a hacer el levantamiento del cadáver, y, coin- cidencia extraña, en verdad notable, que nadie la procuró: en aquel mismo momento se entonaban en la Catedral las primeras Vísperas de la Aparición de Nuestra Señora de Lourdes. Después que el clero hubo recitado las oraciones litúrgicas, adelantáronse los empleados del servicio fúnebre para colocar el féretro en el coche de quinta clase que esperaba en la puerta; mas he aquí que avanza una brillante comisión de «Los Voluntarios cristianos» pidiendo el honor de poder llevar el cuerpo del santo capuchino sobre sus hombros. Accedieron a tan justo deseo los Religiosos, cre- yendo que la intención de aquellos caballeros, entre los cuales se hallaba el Marqués de Suffren, el Señor de Castellane y otros, no era sino transportar el féretro desde la capilla al coche mortuorio, pero no: los valerosos y nobles voluntarios cristianos deseaban hacer algo más por el Santo de Tolosa. Lo llevaron hasta la Catedral y lo volvieron a tomar de nuevo, conduciendo la preciosa carga hasta el cementerio, todo lo cual representa un trayecto de tres kilómetros, teniendo en cuenta el enorme peso de un cuerpo vigoroso, que apenas había sido debilitado por la enfermedad. A las dos y media en punto empezó a desfilar el lúgubre cortejo. Rompía la marcha la cruz Parroquial, precedida del Guarda suizo. Seguía la escolanía de la

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