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308. E gusta el P. María-Antonio un reposo no turbado.» Monseñor Albouy, que, como todos los Sacerdotes de Tolosa, se puso en movimiento apenas supo la muerte del santo Religioso, exclamó, todo emocio- nado, al contemplar el inmóvil cadáver de su amigo: «¡Pobre Padre! ¡Es la primera vez que descansa!» Desde aquel día, el pueblo no le llamaba con otro nombre que con el de el Santo de Tolosa, y toda la prensa, empezando por la Semaine Catholíique, hízose eco de esta exclamación popular, reconociendo en el P. María-Antonio al hombre más extraordinario que ha producido, de mucho tiempo a esta parte, la fe de Cristo, la fisonomía más característica y más ori- ginal de las gloriosas falanges monásticas que embe- llecen el jardín de la Iglesia. Apenas había brillado el sol en el oriente, cuando la capilla de los Capuchinos, donde se hallaba expues- to el cadáver, habíase ya convertido en lugar de pere- grinación. Por dos días enteros estuvieron pasando miles y miles de personas, ansiosas de poder contem- plar, por última vez, al que tanto habían venerado en vida, entregándose muchas de ellas a piadosas mu- tilaciones, no sólo del hábito sino hasta de su mismo cuerpo, llegando a tal extremo los atropellos y hasta los abusos bien intencionados de la multitud, que se hizo necesario el servicio continuo de seis hombres, para que guardasen el cadáver y pusieran orden entre los fieles. El sábado a la tarde, el conmovedor desfile quedó interrumpido durante algunos momentos tan sólo, los precisos para colocar el cadáver en su féretro, for- mado por una pobre caja de encina. En ella fué

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