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— Y — ciones producían en los jóvenes oyentes era tal, que algunos de ellos, aun después de muchos años de vida disipada, recordando aquellos consejos tan puros y desinteresados, no querían a otro para reconciliarse con Diosen la hora de su muerte, que al P. María- Antonio. Como el reclutamiento de sacerdotes se hacía por aquellos tiempos con bastante dificultad, y la carestía de personal se dejaba notar sobre todo en los centros de enseñanza, pareció al Rector y Profesores de L'Es- quile, que, dada la piedad y madurez precoz del joven seminarista, les podría ser útil en el desempeño de alguna de las clases. Le eligieron, pues, como co- laborador, confiándole, poco después de recibir las Órdenes Menores, la instrucción de un grupo de jóvenes. Dadas las tendencias de su temperamento, era des- viarle de su vocación, exponiéndole a fracasos, que no dejaron de reprocharle, siendo causa de que sufriera grandes humillaciones, de las cuales supo aprove- charse con verdadero espíritu de humildad, como se aprovechó de todas las demás, que el Señor le envió en cada una de las épocas más solemnes de su larga vida. He aquí resumida en estas palabras, escritas por él mismo en su cuaderno de apuntes, la línea de con- ducta que, amaestrado por amarga experiencia, se trazó desde aquel día para semejantes ocasiones. «Trabaja únicamente por Dios y no te preocupes de lo que puedan pensar o decir los hombres, con tal que obres según tu conciencia. Olvida todo lo pasado. No te acuerdes de ello, sino para ofrecerlo al Señor en sacrificio. No pienses demasiado en ti mismo. No

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