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E completamente delirando. Mas no por esto dejaba de conocer a cuantos le visitaban, y lleno de alegría les explicaba cómo la noche anterior le habían adminis- trado los últimos Sacramentos. Un religioso y el que esto escribe tuvieron el con- suelo de velarle durante la noche siguiente, última que pasó en este mundo. Nuestro querido enfermo hacía esfuerzos por levantarse, pues, según nos decía, le quedaban por hacer dos visitas. ¡Había hecho tan- tas durante su vida! Visitas de apostolado y de cari- dad, tan agradables a los que las recibían como fecun- das en frutos de edificación. Amigo fiel y Religioso perfecto, deseaba, antes de quedar inmóvil para siem- pre, hacer dos visitas todavía. Una a su P. Guardián y otra al señor Arcipreste. Mas el solo nombre de la obediencia, bastó para poner fin a aquellas fantasías de su imaginación exaltada por la fiebre. Púsose entonces a rezar en voz alta, solemne, como tantas veces lo había hecho durante su vida, y nos rogaba le respondiésemos. El nombre de Lourdes venía a cada paso a sus labios, pareciendo que reci- taba las oraciones ante la Gruta. Sin duda, la visión de toda su vida desfilaba inefable ante sus ojos, y repetía con acento cada vez más expresivo: ¡Dios te salve, María! —Pero, Padre—le dijimos, —descansad un poco; estáis muy fatigado.—¿Yo fatigado? ¡Ah, no! —Y su corazón repetía, sin duda, lo que tantas veces había respondido a los que le hablaban de descansar: Des- cansaré en el cielo, ¡Estaba tan cerca este descanso! .. No obstante, a fin de obligarle al reposo, el otro Reli- gioso le objetó con nuestra propia fatiga. —«¡Ah! ¿con-

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