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mayor devoción. No parecía haber llegado aún el mo- mento de suministrarle este postrer socorro. Comen z6, no obstante, a delirar aquel mismo día, quedando en una debilidad y abatimiento tan profundos, que los Religiosos se creyeron en la obligación de anunciarle, a eso de las once de la noche, el peligro en que se hallaba. Sin embargo, por una gracia especial de Dios, cesó de repente el delirio, y el venerable mori- bundo pareció que salía de un profundo sueño, costán- dole un poco darse cuenta de lo que pasaba. Cuando lo hubo comprendido, hizo un acto de resignación y se sometió a la voluntad de los que le rodeaban. Preguntáronle si quería confesarse y exclamó: «¡Ah sí! quiero hacer una confesión general de toda mi vida.» Así lo hizo, con todo conocimiento y con sentimientos de una piedad extraordinaria, a pesar del estado de fatiga en que se encontraba. Antes de recibir el Viático, renovó su profesión religiosa, pidió él mismo perdón a sus superiores y a todos sus hermanos de las molestias que involuntaria- mente les hubiera podido ocasionar, acusándose con gran humildad de sus defectos y negligencias, Una vez que hubo comulgado y recibido la Extrema-Unción y la Indulgencia plenaria, renovó de nuevo su acusa ción y permaneció en silencio, absorto, en la acción de gracias, sin que se notara en su rostro muestra alguna de temor, ni emoción dolorosa. 1ba al cielo con la misma naturalidad con que había vivido, sin es- fuerzo ni disgusto. «Ahora descansaré bien» —exclamó, y se dejó envolver en las mantas, quedando dormi- do durante tres horas. El día siguiente, víspera de su muerte, lo pasó

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