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» Ofrezco pues, alegremente, a Jesús el sacrificio de mi vida, y se lo ofrezco por el triunfo de la Iglesia, por la prosperidad de mi Orden Seráfica, por la sal- vación de mi querida Patria, para que todas las almas que hay sobre la tierra y no están unidas a Dios, vuelvan cuanto antes al amoroso redil de nuestro Padre y también en expiación voluntaria, por todas las pobres almas del Purgatorio. »Pongo mi vida en las manos de María Inmacula- da, Madre mía y Madre de Jesús, único Rey y Señor de mi corazón, para que, presentándola ella misma a Jesús y a mi abogado S. Antonio de Padua, unido in- separablemente a ella en mi corazón y en mi nombre, sea de este modo ofrenda más agradable y digna de su divino Corazón. »¡Oh Jesús mío! ¡Rey de mi alma! Sea esta pobre ofrenda agradable a vuestros ojos y perdonadme, por vuestra infinita misericordia, los pecados de mi vida. Perdonádmelos, Jesús mío, como yo perdono a cuan- tos me han ofendido, de cualquier modo que lo hayan hecho. Que todos, sin excepción, lo sepan. Perdono a todos, amo a todos por amor de Dios, y si en algo he contristado, contrariado, escandalizado u ofendido a alguno, yo le pido perdón de toda mi alma.» *Entona, por último, un himno de gratitud, bendice a Dios por las muchas gracias que le ha concedido y va enumerándolas una a una. «Sed, en fin, Dios mío, mil y mil veces bendito, por haberme hecho beber durante mi vida el amargo cáliz del sufrimiento y del dolor, el cáliz de la perse-

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