BCCPAM000R08-4-10000000000000

365 - María-Antonio a los pies del Prelado, quien, levantán dole con amor de padre, le prodigó todo su cariño y le concedió de nuevo todas las licencias necesarias, rega- lándole, además, una hermosa medalla que había reci- bido en Roma de manos del Soberano Pontífice. Se veía palpablemente el gran interés que tenía porque el santo Religioso olvidase la pena que, involuntaria- mente, le había ocasionado. ' Aquella misma noche, encontró un venerable sacer- dote a nuestro Misionero en la iglesia del Rosario, y como le dirigiese algunas palabras sobre lo acaecido aquel día, respondióle con la mayor naturalidad: «No ha sido nada. El Señor lo ha permitido,» Y estaba tan ¿ tranquilo, tan contento, como si hubiera recibido toda clase de honores. «Había llegado el buen Padre a la iglesia—prosigue el mismo testigo—a las diez de la noche, para recitar el divino Oficio, y como notase yo que apenas podía leer ' a causa de la obscuridad, le di una vela, teniéndola en su mano cerca de una hora, mientras sostenía con la otra su pesado Breviario; y a pesar de haber a su lado un banco libre, que cuidé de indicarle con el fin de que se sentase, no quiso hacerlo, permaneciendo todo el ¡ tiempo de rodillas en tan molesta posición.» El venerable anciano no conservaba del penoso incidente sino el beneficio de la humillación, una de tantas como la Providencia había ido colocando sobre el camino en todas las épocas más solemnes de su vida, y que sienificaban algo así como las antiguas piedras miliarias, las diversas etapas de su larga peregrina- ción, un cambio de dirección en los planes de la Pro- videncia, una nueva fase en la existencia de su siervo.

RkJQdWJsaXNoZXIy NDA3MTIz