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ES => ca En el Santuario de Lourdes, que tanto amaba y por el cual tanto se había sacrificado, fué donde la Vir- gen Inmaculada quiso concederle esta gracia, envián- dole una humillación grande, una pena profunda que, por venir de una Madre tan cariñosa, le pareció dulce, como una caricia de sus manos o como una sonrisa de sus labios. Narraremos el hecho según lo publicó el Journal de la Grotte, añadiéndole algunos datos que nos han sido suministrados por testigos fidedignos que presen- ciaron el caso: Había llegado el P. María-Antonio con la peregri- nación nacional de 1905, conduciendo la agrupación de Tolosa, e inmediatamente después de celebrar el santo sacrificio, sentóse, como siempre, en su confesonario habitual, cerca de la sacristía del Rosario. Hacía ya algún rato que se hallaba confesando, cuando le entre- garon una tarjeta muy atenta y respetuosa, en la que el Superior de los Padres encargados del Santuario le notificaba cómo el Sr. Obispo, por medidas de pruden- cia y a causa del hábito religioso que llevaba, desearía se abstuviera de confesar en los lugares de la peregri- nación. ¿Se encerraba en este aviso una prohibición abso- luta de confesar? No lo juzgó así el P. María-Antonio, con tanta más razón cuanto el mismo Sr. Obispo afirmó públicamente no haber tenido nunca tal intención. Ahora bien, puesto que al parecer no se trataba sino de una medida de prudencia, creyó el celoso Capuchino ponerse completamente al abrigo de la pro- hibición, yendo a ocultarse en la Capilla del Hospital de los siete Dolores, haciéndose accesible tan sólo para
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