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8. — «oasis de mi destierro, nido de mis sacrificios, relicario de mis recuerdos y estuche de mi más hermosa perla; valle de oro donde se mezclan en arrobador paisaje el oro de las mieses, el verdor de las viñas y el azul de un cielo sin nubes, convirtiéndolo en un valle delicioso, en un país de los más hermosos de Francia». Aunque parezca extraño, en plena persecución fué cuando encontró, providencialmente, cuantos medios necesitaba para la compra del terreno y la construc. ción de la iglesia. «Un generoso cristiano —escribía por entonces al Sr. Arzobispo de Albi,—queriendo atraer la protec- ción de María hacia su hija única, gravemente enferma, se me ha ofrecido espontáneamente a llevar a cabo tan grande obra, y ha querido venir él mismo, dejando en Lourdes a su familia, para inspeccionar el terreno que es necesario comprar.» El Arzobispo, Monseñor Fonteneau, contestó a vuelta de correo desde Cauterets, donde a la sazón se hallaba, bendiciendo a la piadosa familia y animando al P. María-Antonio a que llevase cuanto antes a feliz término la obra que, de un modo tan providencial, había comenzado. Rugioó el infierno, levantando gran polvareda contra el proyecto, y el Misionero tuvo que afrontar obstácu- los formidables que, en vez de acobardarle, le hacían esperar con seguridad el éxito. «¡Madre mía! —excla- maba.—Vos haréis aquí maravillas, puesto que tanto me habéis hecho sufrir. He regado con demasiadas lágrimas este bendito suelo, para que no sea fértil en gracias celestiales.» «Apenas se entere el Gobierno—decía una per-
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