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desventuras.» Tales fueron las ideas que brotaron de su boca cuando, en 1904, con ocasión del Jubileo de la Inmaculada, tuvo que cumplir las funciones de «Dele- gado Regional», cargo que el Comité central de Roma le había encomendado. Tan seguro estaba, no obstante, de la victoria, que, impulsado por su intrépido corazón, levantó sobre la risueña colina de Pech, que domina a Lavaur, un ex-voto al cielo, como recuerdo que atestiguase a los siglos venideros el triunfo de la Iglesia contra la impie- dad. Es una elegante capilla que brota llena de vida y esbeltez en medio de aquel paisaje encantador, habién- dose convertido en poco tiempo, no sólo por esto, sí que también por la gran devoción que inspira a las almas sencillas, en centro de muchas y frecuentes peregrina- ciones. La llamó Nuestra Señora del Consuelo, nom- bre muy adecuado, si se tiene en cuenta que el vene- rable Capuchino la hizo construir en los momentos más dolorosos y amargos de su vida, siendo allí, en aquel bendito Santuario, a los pies de la antiquísima imagen de María que él mismo había llevado, donde gustó los últimos y, tal vez, los más dulces consuelos de su alma. La erección de esta Capilla fué una de las ilusiones que más había acariciado desde su infancia. Siem- pre que llegaba a Lavaur, al contemplar aquella colina que elevaba su verde cima hacia el firmamento, creíala predestinada por Dios para ser trono de la Reina de los ángeles. Obsesionado con tan simpática idea, espe- raba con ansia el momento de poder legar tan hermoso recuerdo a su ciudad natal, a la que amaba con un amor de predilección, llamándola, en su entusiasmo, A
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