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y 4 | id in Ida EEN li E | DEN AU O PAERDES JU 190 dd Ad - 35 ) mundo existe. Es cuestión de vida o muerte. Es un combate gigantesco, porque jamás desplegó el demo- nio tanta habilidad, tanta astucia, tanto odio. Hasta ahora, había conspirado sin atreverse a salir de su guarida, la sombra de las Logias. Hoy, conspira al des- cubierto, a la luz del sol. Él gobierna y hace las leyes, él lo llena todo; y ¿no tendremos razón para levantar bien fuerte nuestra voz? »Sí. Es necesario formar un ejército compacto, numeroso, bien disciplinado. Animémonos pues: ha llegado la hora del combate, la hora del triunfo final.» Mas este triunfo de la Iglesia no lo esperaba él de los hombres, ni de la política, ni de los Congresos, ni de los discursos. «No, no es esto lo que más teme el demonio—exclamaba,—lo que más le hace temblar; lo que nos ha de llevar a la victoria es el renacimiento de la sociedad a la vida cristiana, mediante la oración, la confesión y la Eucaristía. ¡Cuántos cristianos, muy honrados, muy llenos de buena voluntad, son víctimas por otra parte de la ilusión en este punto! Esperan sal- varlo todo con la política. No oran, dejan a un lado los libros santos, el mismo Evangelio, para embeberse en la lectura de malos periódicos. ¡Qué ceguera! Por ese camino, jamás conseguiremos nada ni salvaremos a nadie. »No es la política la que salvó y transformó al mundo, sino el Evangelio. El mal de que adolece nues- tra sociedad es un mal moral; es el alma la que está enferma y la que, por consiguiente, necesita remedio. Por eso, mientras no veamos que los hombres vuelven a la oración, a la misa, a la confesión y comunión, la sociedad seguirá precipitándose por el abismo de sus
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