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355 anochecer nos vuelven a anunciar que había usted resucitado, que la noticia era falsa. Enjugamos nues- tras lágrimas, y volvió a renacer la alegría. Viva, viva aún muchos años, querido Padre, y venga pron- to por aquí a demostrarnos que vive todavía.» Cayóle en gracia al venerable anciano este inci dente, y en él se inspiró algunos días después, al pronunciar un brindis, que fué ahogado con atronado- res aplausos, en una reunión celebrada por sus anti- guos compañeros de Seminario. «Creísteis—les dijo que había partido ya para el gran viaje, porque no podíais admitir un P, María-Antonio sedentario y oculto por tanto tiempo; os pareció verme ya sentado en las bodas del Cordero, entre los bienaventurados. Pero os habéis llevado un buen chasco, pues no sabíais que había tomado billete de ida y vuelta, con la inten- ción, precisamente, de responder con mi presencia a vuestra amable invitación y sentarme aquí, entre vosotros, en este festín iniciado por la amistad y fra- ternidad que nos mantiene fuertemente unidos desde nuestra juventud.» También había tomado este billete—según dijo para asistir a la gran batalla que había de traer el triunfo definitivo de la Iglesia y de Francia; y con- vencido como estaba de la proximidad de esta victoria, anunciaba, ya de antemano, las circunstancias en que tendría lugar, no forjándose la menor ilusión, según se desprende de sus palabras, sobre la situación ver- daderamente grave y alarmante en que se hallaba la sociedad. «Encuéntrase ésta—decía—en presencia de un peli- gro, tal vez el mayor que se ha conocido desde que el

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