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— 394 - No nos debe extrañar, por lo tanto, si su vida,fué, durante los últimos años de su existencia, no sola- mente monótona, sino verdaderamente digna de com- pasión y llena de miserias, de privaciones y de aban- dono. El Gobierno no le permitía tener a su lado más que un solo compañero, y el buen Fr. Rufino, que no pudo separarse de él, era incapaz de ayudarle, por encontrarse él mismo lleno de años y de achaques. Un religioso joven, compadecido de ellos y desafiando la vigilancia de la policía, puso su habitación en el Convento; pero a pesar de la buena voluntad que tenía, su actividad y su sacrificio resultaban insufi- cientes para mantener la limpieza necesaria en tan vasto local, vigilar durante el día a los pobres y dar a los dos ancianos los cuidados que su edad y triste situación reclamaban. De modo que es un milagro cómo el P. María-Antonio no murió antes, viviendo en medio de tanto abandono y miserias, a pesar de lo habituado que a ello se encontraba. El 28 de mayo de 1905 corrió como un relámpago la noticia de su muerte. La emoción fué grande en toda la ciudad, y aunque el rumor no era cierto, se tuvo entonces el presentimiento de lo que debía suce- der dos años más tarde. Al día siguiente le escribía la Superiora de una Comunidad. «Ayer estuvimos, durante algunas horas, sumergidas en la mayor aflicción; nuestro corazón se hallaba angustiado. Nos trajeron la noticia fatal que suponemos conocerá usted ya. ¡Ah! ¡si supierais lo que ha pasado!—nos decían.—Toda la ciudad está consternada... ¡El P. María-Antonio ha muerto! —¡Qué golpe aquél, querido Padre! Mas, he aquí que al

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