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347 en ninguna parte he visto orar tanto como allí se ora, y acercarse tantos hombres al altar con una devoción ! y un recogimiento incomparables. e » Jamás pude contemplar sin verter abundantes ¡ lágrimas la fe de aquellos peregrinos que rodean sin descanso el sepulcro de su celestial abogado, aun cuando no todos consigan llegar a él, a causa de la ] aglomeración de gente que allí se reúne a todas horas. Unos tienden sus brazos hacia el sepulcro, mientras otros suspiran y le cubren de besos, contándole las ale- grías y los dolores de su vida. Todo allí es un verda- dero y continuo milagro que dura hace ya seis siglos.» En Padua fué donde conoció al piadoso canónigo Locatelli, precursor del movimiento Antoniano en Francia y fundador poco después, gracias a la ins- piración de su amigo el santo Capuchino de Tolosa, de a «Asociación Universal de S. Antonio» y de la revista | «El Santo de los Milagros», que era su órgano oficial. Pero ¿qué no haría el infatigable Apóstol de San ntonio para dar a conocer a su querido Santo? No acabaríamos nunca si quisiéramos narrar todos los rabajos y los ingeniosos recursos que inventaba, con el fin de propagar por todas partes la devoción a San | Antonio. El Arcipreste de Libourne le llama para dar una misión en su Parroquia, y recibe esta contesta- ción: «No tengo tiempo para ello; no obstante, iré a predicar un triduo e instalaré, al mismo tiempo, la Obra de S. Antonio.» «¡Y pensar—exclamaba más tarde el Arcipreste —que estuve a punto de rehusar su ofrecimiento! El triduo que ha dado vale tanto como una misión. Ha convertido mi Parroquia.»

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