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> buen trozo de tarta que, a decir verdad, no me duraba mucho tiempo, pues un pobre me esperaba en la esquina de la calle próxima y se lo daba. Nos había- mos hecho tan amigos, que sentíamos grande alegría al encontrarnos todas las mañanas. Sentábame yo a Retrato de su madre su lado, mientras él comía, y solía exclamar enterne- cido: «¡ah, niño, tú recibirás la bendición de Dios!» No pasaba ni un día sin que renovásemos esta escena, pues era muy grande la dulzura que en ella expe- rimentaba mi tierno corazón de niño. Cierto día» después de la entrevista con mi buen compañero el mendigo, caminaba yo, triste y solitario, por una
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