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Padua decía a cuantos le hablaban del caso: «Desde que el buen P. María-Antonio, sin haberme consultado para nada, hizo imprimir mi pobre carta en la Semai- ne Catholique, de Tolosa, es una verdadera avalan- cha las cartas y cheques que de todas partes me llegan.» El total de limosnas, que era de 5,000 francos en 1892, ascendió progresivamente en los dos años siguientes a 28,000 y 108,000 francos. El ideal del venerable Religioso, desde que entró en el Noviciado, mejor dicho, desde que tuvo el primer encuentro con el gran Taumaturgo en San Gaudencio, no fué otro que devolver al Santo de Padua la popu- laridad de su culto, en aquella región de Francia que había evangelizado durante su vida, comunicando a todos su devoción hacia el Taumaturgo por excelencia, a quien León XIII acababa de proclamar «el Santo del mundo entero», E En aquel su rostro angelical, dulce y fresco como una rosa que abre sus pétalos al contacto del primer rayo matinal, encontraba el fervoroso Capuchino toda la poesía de la Orden Franciscana. San Antonio era para él la suave emanación de San Francisco, que le había escogido por hijo suyo. «Así como en la Santísima Trinidad —escribía—el Hijo es el esplendor del Padre, así en la Orden Seráfica San Antonio es el esplendo1 de San Francisco...; es un lirio, y por eso Jesús, que se complace en morar entre los lirios, tenía sus delicias en descansar sobre los brazos de San Antonio. Su aureola era la santidad, por sus venas corría sangre de héroes, palabras de oro caían de sus labios llenos de elocuencia.»
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