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i CAPÍTULO XXII Los triunfos de San Antonio Navecilla providencial. — Efectos de una carta. — Admirable comercio.—Los primeros milagros de Poitiers.—La estrella de los Magos.—Mendigo del amor divino. En medio de la espesa bruma que la persecución había extendido sobre el horizonte religioso de Fran cia, y de las indecibles angustias que amargaban el sensible corazón de nuestro Misionero, Dios nuestro Señor, padre cariñoso de los que sufren, hizo brillar a los ojos de su siervo un rayo de luz celestial, enviando tras el diluvio de tantos malos el rejuvenecimiento de una devoción simpática, la devoción a S. Antonio de Padua, y la Obra del Pande los Pobres, flor deno terre nal aroma, que acababa de manifestar su grandiosa eflorescencia en una olvidada trastienda de Toulón. «¡Digitus Dei est hic!l»—¡He aquí el dedo de Dios! había exclamado el P. María-Antonio. «En esta ciu- dad. donde Francia guarda su flota, en cuyo magnífico puerto se aglomeran esos monstruos que impávidos 2. P. MARÍA - ANTONIO
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