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y ) a 1) vidor, que ruega por la salvación de su alma de usted, en la cual le conjuro reflexione seriamente puesto en presencia de la Eternidad.» Por toda respuesta le envió una tropa de gendar- mes, Comisarios y Liquidadores. Con la energía de un león, defendió el P. María-Antonio la propiedad de su Convento y la casa de Dios contra aquellas- aves de rapiña.—«Señor Menage—escribió al Liquidador; haga el favor de arreglar un poco mejor los dere- chos de la justicia y vuestro propio honor. Sepa que violentando a un ciudadano francés, asesta un golpe mortal al corazón de Francia.» Tal vez llegue un día en que se vea claramente la tremenda verdad que encierran estas palabras y las amenazas que para lo futuro se ocultaban en los cobar- des atentados de aquellos días nefandos. Ni los que podían, ni los que debían, salieron a defenderle. El crimen se consumó, y aquel día des- aparecieron de Francia la Justicia y la Libertad. Por eso desde entonces, más que a sus Jueces, se dirigía al pueblo con sus impresos, que se distribuían a miles por las calles, apresurándose todos los periódicos a reproducirlos. «Por piedad—exclamaba en uno de ellos.—Apar- tad de mi Patria esta deshonra. No la hagáis ludibrio de las naciones. No permitáis que se ataque la propie- dad, porque esto equivaldría a socavar los fundamen- tos de la vida nacional y a abrir las puertas a la anar- quía. Compadeceos de la Francia agonizante. Tened compasión de un anciano que no tiene otro delito que el de haber amado hasta el delirio a su patria y a su pueblo. No llenéis de luto y de tristeza mis últimos

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