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lencia permitir tan monstruosa iniquidad? ¿Qué lugar ocupará entonces su nombre en las páginas de la His- toria? No. Esto no puede ser. » Tengo, además, otro título que me hace digno de su alta protección. Hemos nacido los dos en el mismo distrito y bajo el mismo cielo. Las mismas auras han mecido núestras cunas. Su tío de usted, aquel venera- ble sacerdote que le sirvió de padre, fué mi amigo, habiéndome llamado, hace ya 30 años, a evangeli- zar su Parroquia. Yo fuí también el que recibió pater- nalmente a su hermano de usted cuando pidió entrar en nuestra Orden Seráfica y vestir nuestro hábito. (1) »Excelencia, con todos estos títulos, ¿podría yo dudar de la rectitud de vuestro corazón? »Mas si a pesar de todo—lo que no puedo creer Su Excelencia rehusa librarme de la expulsión, le suplico, al menos, perdone a mi ancianidad el dolor de ser arrojado a la calle y verme en ella sin abrigo. Hágame la gracia de concederme un albergue, en cualquiera de las cárceles de esta República de la libertad, de la igualdad y de la fraternidad. Allí vivi ré con mis queridos prisioneros, haciéndome igual a ellos, más aún, su hermano; allí les consolaré en su triste cautividad, con la esperanza del cielo. »Espero me conceda Vuestra Excelencia al menos este último favor, rogándole reciba por ello de ante- mano el sincero testimonio de mi vivo reconocimiento, Me repito de Vuestra Excelencia siempre adicto ser- (1) Este hermano del señor Combes, a quien alude el Padre María-Antonio, fué, como se deja comprender, un media- no Religioso; abandonó muy pronto el claustro y terminó su vida en un manicomio.
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