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— 0 — era la tan manoseada como gratuita afirmación de que los frailes no trabajan. Apenas lo supo el P. María-An- tonio le respondió con mucha oportunidad: «Invito a los señores Concejales, y en especial al señor Serrante, que si quieren descansar de sus fati. gas, en vez de marcharse al café o al teatro, vengan a pasar ocho días con nosotros en el Convento, viviendo nuestra misma vida. Entonces podrán hablar de los frailes con más conocimiento de causa, y hacer una relación más digna de hombres serios, inteligentes y honrados.» No se contentó con esto. Escribió inmediatamente a Combes la siguiente carta, llena de fina ironía, que corrió y se publicó en todos los periódicos de Francia: «Señor Presidente del Consejo: » El señor Rabier termina su memoria desechando la autorización de nuestra Orden. La tempestad, por lo tanto, ruge más que nunca sobre mi cabeza. Estoy cargado de años y a dos pasos del sepulcro, y no obs- tante, he aquí quese me amenaza con arrojarme bru- talmente de un Convento que yo mismo he fundado ha ya 50 años, Convento del que soy legalmente pro: pietario y por el cual he pagado, con escrupulosa exactitud, los impuestos que debía. Vedme aquí, pues, próximo a ser arrancado violentamente de mi pobre celda, en la que esperaba exhalar en paz mi último sus- piro. ¿Quién podrá defenderme y proteger mi debilidad sino es Vuestra Excelencia? »He aquí que hace ya más de 50 años que estoy luchando con la cruz en la mano por hacer buenos ciudadanos, y una expulsión violenta e injusta ¿ha de ser hoy toda mi recompensa? ¿Podrá Vuestra Exce-
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