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20 A todos ellos del P. María-Antonio, que incansables tra- bajan, hoy mismo, no sólo en Francia y España, sí que también en Africa y Canadá. | Entretanto, las logias, que después del fracaso de e 1880 parecían dormidas, no perdían sin embargo de vis- ta sus infames proyectos, espiando tan sólo una oca- sión favorable para intentar ponerlos de nuevo en ejecución. La tempestad estalló de repente. La cues tión Dreyfus fué la caja de Pandora de la que salieron ' todas las infamias y todas las locuras. Francia, presa del vértigo, se precipitaba hacia el abismo, trastor nando, destruyendo y arrastrando en su caída la Re- ligión, el Ejército y la Patria. Se empezó por los | Religiosos. Valdeck-Rousseau preparóel lazo y Com- bes:no tuvo más que apretar. Esta fué la primera libertad pisoteada, la primera confiscación, el primer erito de guerra, al que siguieron otros innumerables. «No creí —decía el P, María-Antonio, —haber teni- ¿AIN do que llorar, antes de morir, sobre este duelo nacio nal.» No era, a la verdad, por sí mismo por quien llo- raba, pues no se conmovió el día en que fué víctima personal de la persecución, No. Los males de su que- rida Patria le afectaban mucho más que sus propios ¡A dolores. ' Uno de los considerandos del Oficio que el Gobier- no dirigió al Ayuntamiento de Tolosa, dice así: «Considerando que el nombre del P. María-Antonio 1 í basta para caracterizar el espíritu que anima a esos monjes (los Capuchinos).» El señor Serrante, encargado de escribir la rela- ción que se había de dirigir al Gobierno, entre las varias acusaciones que hacía de los Religiosos, una
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